Todos somos adictos, y no siempre a cosas ilícitas. Y aquí está la evidencia: si lo primero que haces al despertar —antes de tomar agua...
Todos somos adictos, y no siempre a cosas ilícitas. Y aquí está la evidencia: si lo primero que haces al despertar —antes de tomar agua, saludar a tu pareja o pensar en algo relacionado con tu día— es revisar tu teléfono, o si no te importa ocuparlo en una reunión social, o si vas al baño con tu teléfono, o si lo último que haces antes de dormir es revisar tu teléfono, entonces lo más probable es que seas un adicto. Piénsalo: si con esa misma frecuencia consumieras una copa de vino, tendrías razones para considerarte alcohólico; pero la percepción cambia cuando se trata de algo que todo el mundo acepta. No te servirá de consuelo, pero formas parte de las tres cuartas partes de la población que padecen de la misma adicción.
Pero el punto aquí no es la adicción en sí, sino a qué eres adicto. Si tu adicción fuera a leer, lo más probable es que a estas alturas ya habrías devorado bibliotecas enteras, y todo ese conocimiento habría generado algo interesante en tu mente y tu vida. Aunque lo más seguro es que en ocasiones habrías dejado de hacer otras cosas, como ir a una fiesta o a un concierto, descubrir una increíble película o disfrutar una conversación extraordinaria con un amigo, con tal de seguir leyendo; en cualquiera de esos contextos, tú desearías estar leyendo en tu rincón favorito. Si tu adicción fuera a trabajar, no sería extraño que en el tiempo que compartes con tu pareja o con tu gente, siguieras pensando en el trabajo.
Conocemos la obra de muchos artistas porque eran adictos a su pasión. Podríamos concluir que Picasso era un adicto, pues durante su larga vida produjo más de trece mil quinientas pinturas y dibujos, cien mil estampados y grabados, treinta y cuatro mil ilustraciones para libros y alrededor de trescientas esculturas y cerámicas. Isaac Asimov, por su parte, escribió varios cientos de libros, y Mozart compuso varios cientos de obras, casi sin tachones. Este tipo de adicción se admira, pero quizá sólo de lejos.
Si nuestra adicción estuviera relacionada con la creatividad, lo más seguro es que nuestra percepción del mundo cambiaría constantemente, pues siempre estaríamos buscando la forma de aprovechar algo —una experiencia, un espacio, un medio, un momento— para extraer de ahí algo novedoso o ingenioso, innovador o simplemente divertido.
La época en la que vivimos es excepcional. Cuando yo era niño, no existían los celulares y en la televisión sólo había un puñado de canales, que casi siempre transmitían basura. Hoy existe un número casi infinito de canales, opciones, sitios y caminos para cualquier tema que se te ocurra… y muchos transmiten basura en la misma proporción. Tenemos acceso a todo y, al mismo tiempo, a nada; y, como adictos cómodamente atrapados en las redes, buscamos sedientos una dosis más. Esta explosión de alternativas confina nuestra mente a una jaula de indecisión en la que a ciegas tanteamos lo primero que destella frente a nosotros, formados en interminables filas de gente con ojos blancos y mentes dóciles y manipulables. Pero, ¿realmente eso queremos?
Me pregunto, como lo hizo el poeta T. S. Eliot, dónde quedó la inteligencia que hemos perdido entre tanta información. Me pregunto si existe algún lugar a donde van las cosas perdidas, desde encendedores y vidas paralelas hasta el conocimiento y el criterio que gradualmente hemos perdido con todo este exceso. La información nunca ha sido suficiente por sí misma, y el peligro es que pierdes la capacidad de imaginar. Pero mucha gente cree que no es necesario pensar, que sólo debes obtener más información. Así como el exceso no es sinónimo de abundancia, sino de mal gusto, y la opulencia jamás ha sido sinónimo de felicidad, sino de lo insustancial, todo ese ruido no es sinónimo de conocimiento.
Al final se trata, como decía el escritor Samuel Johnson, de limpiar nuestra mente de basura, de engaño, de parcialidad, de hipocresía, de expresión artificial. Si perseguimos lo auténtico, lo que apele a lo genuino, encontraremos la creatividad dentro de nosotros mismos. Esto significa hallar en tu interior lo que te distingue, eso que te vuelve diferente, excepcional. No puedes ser creativo sin ser, primero, tú mismo. El punto crucial radica en darnos cuenta que sólo tú y yo, y cada uno de nosotros, somos, de forma individual, responsables de nuestras acciones y de lo que generamos en nuestras propias vidas.
Necesitamos darle un respiro a nuestro cerebro: continuamente trabaja, analiza, organiza y estructura la avalancha de información que lo bombardea las veinticuatro horas. Cuando se sobrecarga, el pensamiento original deja de fluir, y esto se refleja en nuestra actitud, en nuestra forma de vivir. La mente necesita recuperar su capacidad para pensar creativamente, como nosotros necesitamos aire para sobrevivir. Todo comienza con la conciencia y su acción correspondiente, la congruencia. Podemos separarnos gradualmente del teléfono, tomar un largo baño, leer un libro, caminar un poco, dar un paseo mental y salir de nuestra cómoda área donde normalmente nos movemos. Cualquier detalle que constantemente cruce nuestros propios límites será suficiente. Una mente desordenada aniquila la creatividad, es un caldo de cultivo para el caos. Por eso, hay que volver a emocionarla de vez en cuando.
La respuesta está ahí mismo, en la imaginación. Podemos volvernos adictos a explorar nuevas formas para ser mejores, como individuos, como naciones y como especie. Volvámonos adictos a nuestra respectiva pasión, una que nos alimente, y dejemos que nos mate. La imaginación es lo único que nos salva, porque con ella nace la creatividad, y sólo así podemos transformar los problemas en soluciones. Esta es la peculiar forma que tenemos los humanos de superarnos a nosotros mismos y de volar fuera de ese pantano de confusión y desorden para observarnos desde otro ángulo, uno superior, que nos permita elevar nuestro nivel mental, mejorar nuestras condiciones de vida y ayudar a la gente que lo necesita y con la que compartimos esta partícula azul con la que surcamos el universo.
La adversidad es como un espejo: te enseña quién eres realmente y de qué estás hecho. No importa qué tan herido estés, siempre puedes transformar tus cicatrices en sabiduría. Tu capacidad de asombro te permitirá darte cuenta de lo afortunado que eres, y esto es algo que sólo nosotros podemos lograr. Y ese nosotros no es sino muchos tú y muchos yo
Franz de Paula
Ver referencia:
http://bicaalu.com/atico/2018/creatividad_20180601.php
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